jueves, 10 de julio de 2014

Las mentes irreverentes

Y sus escépticas observaciones desmitificadoras sobre los rituales y símbolos que mantienen asociadas a las sociedades.






La Teoría de la Clase Ociosa de Thorstein Veblen (1899) termina de manera que podría parecer curiosa, pero en realidad bastante lógica, con un capítulo sobre "La educación superior como expresión de la cultura pecuniaria." Trata allí temas interesantes, como el gradual desplazamiento de las humanidades por parte de las ciencias en la Universidad; las humanidades irían asociadas a las clases privilegiadas tradicionales y sus valores, y las ciencias son para Veblen la expresión de la nueva civilización industrial que transforma los valores. Me interesa también la dimensión autobiográfica e incluso reflexiva del capítulo: Veblen habla de sí indirectamente, de su lugar atípico en la academia, y de la ubicación de su propio discurso sobre la clase ociosa a modo de torpedo dirigido contra las tradiciones y convenciones de la propia institución que lo produce. Algunas ideas centrales:

"Es en la educación propiamente dicha, y de modo particular en la educación superior, donde la influencia de los ideales de la clase ociosa se hace más patente" (356).  La educación superior va asociada a la función devota de la comunidad—y recordemos que según Veblen la religión se figura en la época quasi-civilizada como un servicio prestado a una clase ociosa sobrenatural, una especie de monarca o aristócrata proyectado a los cielos, para garantizar los ideales de la clase explotadora en la tierra. La educación superior se origina en torno a estos ideales: "En gran parte, pues, puede clasificarse como ocio vicario dedicado a los poderes sobrenaturales"—y el primitivo conocimiento esotérico en el que se enraíza es "un conocimiento de cuestiones rituales y ceremoniales; es decir, un conocimiento de cuál era el modo más adecuado, eficaz o aceptable de acercarse o de servir a los agentes preternaturales" (356). Si bien la educación ha evolucionado, sobre todo en la fase tecnológica de la misma, "fue de esa fuente de donde surgió la educación como institución; y su proceso de diferenciación de aquella carga original de ritual mágico y fraude chamanista ha sido lenta y tediosa, y apenas se ha completado aún, ni siquiera en los más avanzados seminarios de enseñanza superior" (357).

Veblen es muy consciente de la teatralidad de la vida social—y contempla con ojo irreverente la teatralidad de la vida académica. Se echa de ver el origen de ésta en el ritualismo de las clases privilegiadas primitivas, y es significativo como prueba de que "su actividad cae en gran parte dentro de esa categoría del ocio ostensible a la que se conoce como buenos modales y buena crianza, que las clases educadas de todas las comunidades primitivas son muy estrictas en lo que se refiere a formas, jerarquía, gradaciones de rango, ritual, vestiduras ceremoniales y otros accesorios que suelen acompañar a la vida académica" (359). Así, los académicos se pierden por togas, birretes, diplomas y menciones, ceremonias de iniciación y graduación, que son el meollo mismo de su actividad... (el reconocimiento mutuo, en suma, es central y definitorio, aunque Veblen no lo mencione). "Los usos de las órdenes sacerdotales son, sin duda, la fuente inmediata de la que provienen todos esos rasgos del ritual académico: las vestiduras, la iniciación sacramental, la transmisión de dignidades y virtudes peculiares por la imposición de manos y otras cosas semejantes"...   Este origen y estos modos se mantienen más en las humanidades, especialmente las clásicas, antes que en las ciencias y estudios tecnológicos, aunque haya influencias en los dos sentidos. Unido a la promoción social de las clases que acceden a la educación hay también "un cambio paralelo hacia una vida más ritual en las escuelas" (362); y "en cuanto una determinada escuela comienza a inclinarse hacia una clientela de clase ociosa, se produce también una perceptiblemente mayor insistencia en el ritual académico y en la conformidad con las formas antiguas en materia de vestiduras y solemnidades sociales y académicas" (363)—Veblen traza esta evolución en las nuevas universidades y colegios norteamericanos de su época—Y pronto veremos más teatro de ése por aquí por España y Europa, por influencia norteamericana, más que por tradición. Ya es muy visible en las universidades privadas, de hecho. El ceremonial académico, observa Veblen, "no sólo se aviene con el sentido de la clase ociosa acerca de cómo deben ser las cosas, pues apela a la tendencia arcaica hacia los efectos espectaculares y a la predilección por el simbolismo antiguo, sino que, a la vez, encaja perfectamente con el esquema de vida de la clase ociosa, ya que implica un notable elemento de derroche ostensible" (363)—y un concomitante lucimiento de lo improductivo.

La transición de las humanidades a las ciencias y tecnologías, o a las económicas podríamos añadir, también van unidas a las transformaciones en los rituales y signos de la clase ociosa. "Esta sustitución parcial de la eficiencia sacerdotal por la pecuniaria es concomitante de la moderna transición del ocio ostensible al consumo ostensible como el principal medio de conseguir y mantener una buena reputación" (366). En tiempos de Veblen se debatía el acceso de la mujer a la educación superior, hoy cuestión superada pero que hizo correr su tinta, por razones ligadas al prestigio de la clase ociosa: "Ha predominado un fuerte sentimiento de que la admisión de las mujeres a la educación superior (como a los misterios eleusinos) sería ofensiva para la dignidad de la comunidad ilustrada" (366). No olvidemos que el meollo original, la Iglesia Católica, sigue manteniendo esa defensa del privilegio masculino que ya denunciaba Sarah Egerton hace más de trescientos años en "The Emulation", con similar alusión a los misterios creados artificialmente como mecanismo de control y privilegio.

La universidad de su tiempo sufre para Veblen de una inclinación desmedida a las trivialidades de forma y ritual—se pierde en ellas, y la mentalidad conservadora está presente a todos los niveles, desde luego en la ideología religiosa conservadora y animista de gran parte del profesorado, en la creencia que mantienen estos intelectuales en un dios antropomorfo. También en la manera en que se fomenta el espíritu de clan en las fraternidades de estudiantes, en el culto a la tradición clásica y en el privilegio dado a los deportes.... (Hablamos de América, aquí los deportes están en otros lugares). Este conservadurismo de formas aledañas no sería sustancial, pero de hecho el conservadurismo ideológico se extiende al tratamiento de los propios estudios y disciplinas. La universidad presenta una notable impermeabilidad a la innovación, y sólo recibe las novedades a regañadientes, cuando ya se han abierto camino al margen de las aulas.

"Generalmente, las escuelas superiores no han dado su aprobación a ningún avance serio en los métodos o en el contenido del conocimiento hasta que tales innovaciones han sobrepasado su juventud y buena parte de su utilidad; es decir, hasta después de haberse convertido en lugares comunes del bagaje intelectual de una nueva generación que ya ha crecido y ha formados sus hábitos bajo ese nuevo, extra-académico cuerpo de conocimientos y ese nuevo punto de vista" (371)

—sobre ejemplos, la imaginación es libre. (Aquí estamos por ejemplo en una revista electrónica excepcional en el mundo universitario español). El mecenazgo, observa Veblen sobre su América, también tiende a favorecer los aspectos más conservadores de la Universidad, en lugar de ir dirigido a la innovación.

Tradicionalmente las inquietudes intelectuales de la clase ociosa se derivaban, observa Veblen, hacia la erudición clásica y formal, más que hacia las ciencias relacionadas con la vida industrial de la comunidad. Los clásicos han ido unidos a la autoimagen de la clase ociosa (esto es especialmente cierto en la tradición anglosajona en la que piensa Veblen). La fundamentación clasista e ideológica de otros estudios es todavía más directa:

"Las más frecuentes incursiones en campos de conocimiento distintos del clásico realizadas por la clase ociosa se han hecho en las disciplinas jurídicas y políticas, y más especialmente en las ciencias administrativas. Estas llamadas 'ciencias' son, en lo sustancial, cuerpos de máximas útiles para guiar a la clase ociosa en su tarea gubernamental, basada en los intereses de la propiedad. El interés con que se estudia esta disciplina no es, pues, por lo común, un interés simplemente intelectual, buscado por un deseo de conocimiento. Es, en gran parte, el interés práctico de las exigencias de esa relación de dominio en que están situados los miembros de la clase. En cuanto al origen de donde derivan, las tareas de gobierno constituyen una función depredadora que pertenece de manera integral al arcaico esquema de vida de la clase ociosa. Es un ejercicio de control y coacción sobre la población de la cual dicha clase ociosa saca sus medios de subsistencia." (372)

Veblen es un gran teorizador de las dinámicas económicas seguidas por las élites extractivas, y sus análisis de hace más de cien años dan que pensar aquí y ahora cuando se consideran las actuales superestructuras de instituciones (españolas, digo) sostenidas por dinero público. La justificación es el buen gobierno y el interés público, claro, pero en ellas se van colocando mayormente los miembros de la casta, sus primos, conocidos, contactos, compañeros de clase y aliados mutuos, en un sistema organizado de explotación de recursos humanos orquestado por los partidos políticos a través de Hacienda y de los presupuestos.

Un modo de vida conlleva un modo de pensar—es la teoría básica de las ideologías—y Veblen observa que el pensamiento científico no es el que favorecen las clases privilegiadas:

"hay características del esquema de vida de la clase ociosa (...) que desvían el interés intelectual de esa clase hacia temas distintos de la mera secuencia causal de fenómenos, que es lo que constituye el contenido de las ciencias. Los hábitos de pensamiento que caracterizan la vida de la clase se establecen sobre la relación personal de dominio y sobre los conceptos de comparación odiosa que se derivan de dicha relación: honor, valía, mérito, carácter y otros semejantes. La secuencia causal que constituye el objeto de las ciencias no se percibe desde este punto de vista." (374)

El interés cognoscitivo de la materia de que se trate se ve desplazado por intereses relativos a méritos pecuniarios "o cualquier otro tipo de mérito honorífico" en la atención de la clase ociosa, y así se explica gran parte del peso de los clásicos en la educación—clásicos que solían ser síntoma y señal de clase, especialmente en el mundo anglosajón. Y aquí vemos un interesante pasaje casi autobiográfico donde Veblen explica de dónde surge la perspectiva oblicua, irreverente y poco atenta a las formas y convenciones en su propio discurso sobre los valores sociales y the old school tie:

"El auténtico caballero ocioso de buena crianza debe ver, y de hecho ve, el mundo desde el punto de vista de la relación personal; y el interés cognoscitivo, en la medida en que logra afincarse en él, tiene que tratar de sistematizar los fenómenos sobre esa base. Tal es el caso del caballero de la vieja escuela, en el cual los ideales de la clase ociosa no han sufrido ninguna desintegración; y tal es la actitud de su descendiente de última hora, en la medida en que es heredero de todo el conjunto de las virtudes de la clase alta. Pero los caminos de la transmisión hereditaria son engañosos, y no todo hijo de un caballero presenta esas características. De manera especial, la transmisión de los hábitos de pensamiento característicos del señor depredador es un tanto precaria en aquellas líneas hereditarias en las que sólo una o dos de las últimas generaciones se han educado en la disciplina de la clase ociosa. Las posibilidades de que se presente una fuerte inclinación, congénita o adquirida, hacia el ejercicio de las aptitudes cognoscitivas son, al parecer, mayores en aquellos miembros de la clase ociosa que tienen antecedentes de la clase baja o de la clase media; es decir, en aquellos miembros que han heredado el conjunto de aptitudes propias de las clases que trabajan, y que deben sus puestos en las clases ociosas a la posesión de cualidades que tienen más importancia en el día de hoy de la que tuvieron en la época en que se formó el esquema general de la vida de la clase ociosa. Pero incluso fuera de estas últimas adquisiciones de la clase ociosa, hay un número suficiente de individuos en los cuales el interés por establecer comparaciones odiosas no es lo bastante dominante como para dar forma a sus concepciones teóricas, y en los cuales la proclividad hacia la teoría es lo suficientemente fuerte como para llevarlos a la investigación científica." (375)

Otra perspectiva intrusa o externa más directa viene de aquellos miembros de las clases trabajadoras que han podido realizar estudios superiores y que aportan a ellos todas las aptitudes de su clase hacia el trabajo productivo y un insuficiente interés por la ostentación del ocio y de las señales de clase. Este grupo (en el que se ubicaba el propio Veblen) es, al decir suyo, "el que ha aportado una contribución mayor" al progreso de las ciencias en un ambiente donde la educación es ante todo marca de status. Otra influencia externa sobre la academia viene de los métodos desarrollados en el campos científicos extraacadémicos—como la investigación industrial—que luego llevan a cambios de método cuando se introducen en las disciplinas académicas. La formación técnica va más orientada a la eficacia o destreza intelectual o manual, y a esas relaciones causales impersonales entre los fenómenos que según Veblen son tan ajenas a la obsesión de la clase ociosa con el impacto honorífico de los hechos. En este contexto hay que situar el desplazamiento gradual de las humanidades por las ciencias. Este capítulo de Veblen es todo un tratado sobre the two cultures, las dos culturas humanística y tecnológica, avant la lettre y con una dosis doble de crítica ácida. El sarcasmo de Veblen hacia los ideales de las humanidades y su raíz social es considerable:

"Las ciencias se han introducido en la disciplina del hombre de estudio desde fuera, por no decir desde abajo. Es de notar que las humanidades, que tan de mala gana han cedido terreno a las ciencias, están bastante uniformemente adaptadas para modelar el carácter del estudiante según un esquema de consumo tradicional y egocéntrico; un esquema de contemplación y goce de lo verdadero, lo bello y lo bueno, con arreglo a una norma convencional de lo que es apropiado y excelente, cuya característica sobresaliente es el ocio —otium cum dignitate—. en un lenguaje velado por su propia habituación al punto de vista arcaico y decoroso, los portavoces de las humanidades han sostenido el ideal encarnado en la máxima fruges consumere nati [nacidos para consumir los frutos de la tierra]. Esa actitud no debería causar sorpresa en las escuelas que han sido modeladas por una cultura de clase ociosa y están basadas en ella." (380)

La clase ociosa de Antigüedad clásica se tomaba (en las educación tradicional de las clases altas anglosajonas a las que se refiere Veblen) como una proyección idealizada de la propia clase ociosa, como un ideal "más alto" o "más noble"—idealizando o ignorando los propios motivos que movían a esas clases en la Antigúedad, sus propias tácticas explotadoras, etc.  La propia antigüedad de la tradición clásica funcionaba de por sí como un valor de estabilidad y legitimación—pues "En igualdad de condiciones, cuanto más larga e ininterrumpida sea la habituación, más legítimo es el canon regulador del gusto en cuestión" (381).  Lo mismo podría aplicarse al establecimiento de un canon de autores modernos en la evolución posterior de los estudios humanísticos.

"Los clásicos y su posición de privilegio en el esquema de educación, al que se aferran con tan afectuosa predilección los seminarios superiores del saber, sirven para dar forma a la actitud intelectual y rebajar la eficiencia económica de la nueva generación instruida. Hacen esto no sólo manteniendo un ideal humano arcaico, sino también esforzándose en distinguir entre el conocimiento cuya posesión realza la buena reputación y el que la daña." (383)

Una formación inútil es una de esas señales de ocio ostensible con las que se adorna la clase privilegiada según Veblen—y es al abrigo de esa clase donde se ha desarrollado el ideal de la erudición. "Normalmente, se espera que se hayan empleado un cierto número de años en adquirir esa información sustancialmente inútil; y cuando falta, se asume que se trata de un saber apresurado y precario, de carácter vulgarmente práctico, que es igualmente perjudicial para las normas establecidas que determinan la sólida erudición y el vigor intelectual" (384).

"La convencional insistencia en que ha de haber un cierto derroche ostensible como elemento de toda educación respetable ha afectado nuestros cánones de gusto y de utilidad en materia de educación, de manera muy parecida a como ese mismo principio ha influido en nuestro juicio acerca de la utilidad de los bienes manufacturados.
     Es verdad que, como el consumo ostensible le ha ganado más y más terreno al ocio ostensible como medio de conseguir y mantener una buena reputación, la adquisición de las lenguas muertas ya no es una exigencia tan imperativa como lo era antaño, y que su virtud talismánica como garantía de saber ha sufrido una correspondiente disminución" (385).

Es en torno a los clásicos donde la erudición encuentra su terreno más favorable: "Los clásicos sirven a los fines decorativos del saber de la clase ociosa mejor que cualquier otro cuerpo de conocimientos; de ahí que resulten ser un medio eficaz de lograr una buena reputación" (385). Pero este prestigio del arcaísmo va más allá de la erudición sobre autores, y afecta a los usos lingüísticos—así Veblen propone una teoría de los registros lingüísticos asociada  al valor simbólico de las palabras, a las prioridades de la clase ociosa, y al intercambio de sus señales de prestigio favoritas. Habría que señalar que el lenguaje formal va normalmente unido a un uso intertextual de los clásicos o del conocimiento establecido, como apoyatura intelectual y acreditación. El virtuosismo lingüístico en otras áreas puede igualmente ir unido a un conocimiento especializado de otras trivialidades (la moda, el

"El término 'clásico' implica siempre esta nota derrochadora y arcaica, tanto si se usa para denotar las lenguas muertas o formas obsoletas o caídas en desuso de pensamiento y dicción en el lenguaje vivo, como si se emplea para denotar otras formas de actividad o ceremonial académicos a los que se aplica con menor propiedad. Así, se habla de la forma arcaica de la lengua inglesa como de inglés 'clásico'. Su uso es imperativo siempre que se hable y se escriba sobre temas serios, y la facilidad en su empleo dignifica hasta la charla más tópica y trivial. La forma más nueva de diccióin inglesa, por supuesto, no se escribe nunca. Ese sentir característico de la clase ociosa, que requiere un modo de hablar arcaico, está presente incluso entre los escritores más antiliterarios o sensacionalistas, con fuerza suficiente para impedirles caer en semejante lapsus. Por otra parte, el más elevado y convencional estilo de dicción arcaica sólo es de uso apropiado—de manera notablemente típica— en las comunicaciones entre una divinidad antropomórfica y sus súditos. A medio camino entre los dos extremos se encuentra el lenguaje cotidiano empleado en la conversación y la literatura de la clase ociosa" (387).

La misma ortografía inglesa es para Veblen un ritual de conservadurismo y de exhibición de ocio ostensible—al no ser funcional, "satisface todas las exigencias de los cánones que regulan la buena reputación bajo la ley del derroche ostensible"—y es una prueba del algodón de una buena formación. Con estas observaciones sobre las propiedades lingüísticas y el estilo culto termina Veblen su Teoría de la clase ociosa, y detectamos aquí un cierto sentido reflexivo y autodescriptivo—descriptivo de la empresa de desenmascaramiento de los rituales de la clase ociosa emprendida por Veblen. El libro está escrito en un estilo formal y aquí se nos explica por qué—porque es el único que puede granjear respeto y atraer la atención de la clase de público a la que va destinado, cuyos valores critica. Tiene Veblen así su cierta dosis de provocador bien pertrechado, y quizá mate dos pájaros de un tiro al observar en su último párrafo que "la ventaja de las locuciones acreditadas estriba en fomentar la buena reputación"—me refiero obtiene Veblen buena reputación (?) en la institución académica por el procedimiento de cuestionar los presupuestos mismos de la noción de buena reputación y el clasismo que le subyace. Era una batalla personal que tuvo que librar el autor a lo largo de su vida.


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