"Esta necesidad espiritual del vestido
no es totalmente, ni siquiera principalmente, una ingenua propensión a
hacer exhibiciones de gasto. La ley del derroche ostensible guía el
consumo de prendas de vestir—así como de otras cosas—al configurar los
cánones del gusto y el decoro. En la mayoría de los casos, el motivo
consciente del portador o comprador de atavíos ostensiblemente costosos
es la necesidad de ajustarse al uso establecido y de vivir con arreglo
a los niveles acreditados de gasto y prestigio. No es sólo que deba uno
guiarse por lo que se considera la vestimenta adecuada para evitarse la
mortificación que resulta de los comentarios y observaciones
desfavorables, aunque ese motivo cuenta ya mucho por sí mismo; es que,
además, la exigencia del costo elevado está tan profundamente arraigada
en nuestros hábitos mentales en materia de vestido que cualquier cosa
que no sea un atavío caro nos resulta instintivamente odiosa. Sin
reflexión ni análisis, sentimos que lo que no es caro es indigno. 'Un
traje barato hace a un hombre barato'. Se reconoce que la máxima
'barato y asqueroso' sigue siendo verdadera cuando se aplica al
vestido, todavía con menos atenuaciones que en otras líneas de
consumo." (179-80)
Pero el vestido ha de obedecer también a la ley de la ostentación de la inutilidad, y demostrar que su portador trabaja poco o nada: "Si, además de mostrar que el usuario puede permitirse consumir a placer y antieconómicamente, puede también mostrarse con ello que dicho usuario o usuaria no tiene la necesidad de ganarse la vida, la prueba de su valor social se eleva en grado muy considerable."—Y de allí se derivan las normas del gusto y la elegancia; "El vestido tiene que ser, no sólo ostensiblemente caro e inconveniente; tiene que ser también de última moda." Veblen encuentra aquí una explicación del fenómeno de la moda, de sus cambios, y de sus tendencias con frecuencia absurdas, pues "En la práctica, la norma del derroche ostensible es incompatible con la exigencia de que el vestido sea bello o que siente bien. Y este antagonismo ofrece una explicación de ese cambio incesante de la moda, que ni el canon de lo costoso ni el de la belleza pueden explicar por sí solos".
"Que la supuesta belleza o 'encanto' de
los estilos en boga en un momento dado es algo puramente transitorio y
espurio queda atestiguado por el hecho de que ninguna de las muchas
modas cambiantes logrará superar la prueba del tiempo. Cuando es mirada
a una distancia de media docena de años o más, la mejor de nuestras
modas nos resulta grotesca, si no rematadamente fea. Nuestro
transitorio apego por cualquier cosa que sea el último grito se basa en
fundamentos que no son de carácter estético y dura sólo hasta que
nuestro sentido estético permanente ha tenido tiempo para afirmarse y
repudiar ese último artilugio indigestible.
El proceso requerido para desarrollar una náusea estética lleva más o menos tiempo; en cada caso, el lapso de tiempo requerido es inversamente proporcional al grado en que el estilo en cuestión resulta odioso. Esa relación de tiempo entre lo odioso de una moda y su inestabilidad nos ofrece un fundamento para la inferencia de que cuanto más rápidamente se suceden los estilos y son desplazados por otros, tanto más ofensivos son para un gusto bien fundado. Lo que se presume, por tanto, es que cuanto más lejos llega la comunidad—y en especial las clases más ricas de la misma—en lo referente a capital y movilidad y al ámbito de su contacto humano, con tanta más fuerza se erigirá la ley del derroche ostensible en materia de vestido, y tanto más tenderá el sentido de la belleza a quedar en suspenso o a ser superado por el canon de la reputación pecuniaria, tanto más rápidamente se mudarán y cambiarán las modas, y tanto más grotescos e intolerables resultarán los diversos estilos que sucesivamente lleguen a estar en boga.
Queda por comentar al menos un punto en esta teoría del vestido. La mayor parte de lo que se ha dicho se refiere al atuendo del varón así como al de la mujer, si bien en tiempos recientes se aplica con más fuerza al de la mujer, en todos los detalles. Pero hay un punto en el que el vestido de las mujeres difiere sustancialmente del de los hombres. Es obvio que en el vestido de una mujer hay una mayor insistencia en esas características que atestiguan que la persona que lo lleva está exenta o es incapaz de realizar cualquier trabajo vulgarmente productivo. Esta peculiaridad del atuendo femenino es de interés, no sólo como complemento a la teoría del vestido, sino también como confirmación de lo que ya se ha dicho acerca del status económico de las mujeres tanto en el pasado como en el presente." (1899) - (187-88)
El proceso requerido para desarrollar una náusea estética lleva más o menos tiempo; en cada caso, el lapso de tiempo requerido es inversamente proporcional al grado en que el estilo en cuestión resulta odioso. Esa relación de tiempo entre lo odioso de una moda y su inestabilidad nos ofrece un fundamento para la inferencia de que cuanto más rápidamente se suceden los estilos y son desplazados por otros, tanto más ofensivos son para un gusto bien fundado. Lo que se presume, por tanto, es que cuanto más lejos llega la comunidad—y en especial las clases más ricas de la misma—en lo referente a capital y movilidad y al ámbito de su contacto humano, con tanta más fuerza se erigirá la ley del derroche ostensible en materia de vestido, y tanto más tenderá el sentido de la belleza a quedar en suspenso o a ser superado por el canon de la reputación pecuniaria, tanto más rápidamente se mudarán y cambiarán las modas, y tanto más grotescos e intolerables resultarán los diversos estilos que sucesivamente lleguen a estar en boga.
Queda por comentar al menos un punto en esta teoría del vestido. La mayor parte de lo que se ha dicho se refiere al atuendo del varón así como al de la mujer, si bien en tiempos recientes se aplica con más fuerza al de la mujer, en todos los detalles. Pero hay un punto en el que el vestido de las mujeres difiere sustancialmente del de los hombres. Es obvio que en el vestido de una mujer hay una mayor insistencia en esas características que atestiguan que la persona que lo lleva está exenta o es incapaz de realizar cualquier trabajo vulgarmente productivo. Esta peculiaridad del atuendo femenino es de interés, no sólo como complemento a la teoría del vestido, sino también como confirmación de lo que ya se ha dicho acerca del status económico de las mujeres tanto en el pasado como en el presente." (1899) - (187-88)
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