sábado, 22 de septiembre de 2012

Origen de la gramática en Platón

En un pasaje un tanto pitagórico del Filebo, Platón teoriza los conceptos básicos de relación gramatical y estructura, en base a la relación entre unidad y diferencia: el establecimiento de analogías que engloben bajo un marco común cosas que de por sí son diferentes, y permitan concebirlas como una unidad. Además de la teoría de conjuntos en matemática o la lógica, podemos ver aquí el primer paso de una teoría de las estructuras semiológicas o los marcos. Es el origen mismo de la teoría semiótica. 

Aquí tenemos a Sócrates en conversación con Protarco y con Filebo, pasando (muy significativamente, diría Darwin) del canto indiferenciado a la articulación de sonidos, y de allí a la creación de estructuras gramaticales. Y pasando seguidamente también, aquí, a su teorización: el origen de la gramática primero, y el origen de la Gramática a continuación. Vemos la primera noción de estructural de la fonología, en la que cada elemento necesita del sistema para definir su valor, como diría luego Saussure. 

Para Platón, todos somos espontáneamente gramáticos, en cuanto que usamos las estructuras de la gramática—otra cosa es, claro, llegar a un conocimiento reflexivo de lo que hacemos espontáneamente, hablando en prosa por así decirlo.

Éste es el pasaje en cuestión. Sócrates alude en Filebo (16) a un camino hacia el conocimiento "del que yo estoy enamorado desde siempre, pero, muchas veces ya, me ha abandonado y me ha dejado solo y sin salida":



Protarco.—¿Qué camino es ése? Que se diga.

Sócrates.—Señalarlo no es nada difícil, pero seguirlo es dificilísimo; pues todo lo que se haya descubierto alguna vez que tenga que ver con la ciencia, se ha hecho patente por él. Atiende al camino que digo.

Protarco.—Dilo pues.

Sócrates.—Don de los dioses a los hombres, según me parece al menos, lanzado por los dioses antaño por medio de un tal Prometeo junto con un fuego muy brillante. Y los antiguos, que eran mejores que nosotros y vivían más cerca de los dioses, transmitieron esta tradición según la cual lo que en cada caso se dice que es, resulta de lo uno y de lo múltiple y tiene en sí por naturaleza límite y ausencia de límite. Así pues, dado que las cosas están ordenadas de este modo, es menester que nosotros procuremos establecer en cada caso una sola forma que abarque el conjunto—hay que encontrar, en efecto, la que está presente. Y si nos hacemos con ella, que examinemos, después de esa única forma, dos, si las hay o no, o tres, o cualquier otro número, y de nuevo igualmente cada una de ellas, hasta que uno vea no sólo que la unidad del principio es una y múltiple e ilimitada, sino también su número. Y no aplicar la forma de lo ilimitado a la pluralidad antes de ver su número total entre lo ilimitado y la unidad, y después dejar ya ir hacia lo ilimitado cada una de las unidades de los conjuntos. Como he dicho, los dioses nos han dado así el examinar, aprender y enseñarnos unos a otros. Pero de los hombres, los que ahora son sabios, hacen lo uno como les sale, y lo múltiple más deprisa o más despacio de lo debido, y después de lo uno, inmediatamente las cosas ilimitadas, y se les escapan las de en medio, en las que queda demarcado el que desarrollemos nuestras conversaciones dialéctica o erísticamente.

Protarco.—Me parece que te comprendo en algunos puntos; en otros, en cambio, necesito oír con mayor claridad aún lo que dices.

Sócrates.—Lo que digo, Protarco, está claro en las letras; tómalo en las que aprendiste de niño.

Protarco.—¿Cómo?

Sócrates.—La voz emitida por la boca de todos y cada uno de nosotros es una sola, y a la vez, ilimitada en diversidad.

Protarco.—¿Y bien?

Sócrates.—De ningún modo somos sabios por una u otra de estas cosas, ni por reconocer su carácter ilimitado, ni por reconocer su carácter unitario. En cambio, saber qué cantidad tiene y qué cualidades es lo que nos hace a cada uno de nosotros gramático.

Protarco.—Es verdad.

Sócrates.—Por lo demás resulta que lo que nos hace músicos es eso mismo.

Protarco.—¿Cómo?

Sócrates.—También con relación a esa ciencia la voz es sólo una en ella.

Protarco.—¿Cómo no?

Sócrates.—Pongamos dos tonos, el grave y el agudo, y en tercer lugar el tono intermedio. ¿Cómo?

Protarco.—Así.

Sócrates.—Aunque en modo alguno serías sabio en música si solamente supieras eso, si no lo supieras, serías, por así decirlo, completamente incompetente en ello.

Protarco.—Claro, ¿cómo no?

Sócrates.—Mas, querido, cuando captes todos los intervalos—su número—que hay de la voz acerca de lo agudo y lo grave y de qué clase son, y los límites de los intervalos y todas las combinaciones que nacen de ellos—que los antepasados reconocieron y nos transmitieron a sus sucesores con el nombre de armonías, y, por otra parte, que se dan otros accidentes semejantes que residen en los movimientos del cuerpo, los cuales dicen que deben ser llamados ritmos y metros, y a la vez hay que considerar que así hay que atender a toda unidad y multiplicidad
—cuando, pues, captes eso de este modo, entonces habrás llegado a ser sabio, y cuando al examinarlo de este modo captes otra unidad cualquiera, así habrás llegado a ser competente en ello. En cambio, el carácter ilimitado de cada una de las cosas y la ilimitada multiplicidad que reside en cada una de ellas te apartan en cada caso de captarlo y hacen que seas incapaz de dar cuenta de su razón y de su número, porque nunca has visto en ninguna ningún número.

Protarco.—A mí al menos, Filebo, me parece que Sócrates ha expuesto perfectamente lo que acaba de decir.

Filebo.—También a mí me parece eso mismo; pero ¿qué nos dice ese discurso ahora y qué pretende?

Sócrates.—Con razón, Protarco, nos ha preguntado eso Filebo.

Protarco.—Bien, contéstale.

Sócrates. Lo haré después de haber agregado todavía una pequeña explicación sobre estos mismos puntos. Pues lo mismo que , según decimos, si alguien capta alguna vez una unidad, no debe ése mirar inmediatamente a la naturaleza de lo ilimitado, sino hacia un número, así también al contrario cuando uno se ve obligado a captar primero lo ilimitado, no debe pasar inmediatamente a la unidad, sino también a un número que permita concebir cada multiplicidad y acabar al final del todo en la unidad. Captemos de nuevo lo que quiero decir en las letras.

Protarco.—¿Cómo?

Sócrates.—Después de que un dios o un hombre divino observó que la voz es ilimitada—según una tradición egipcia fue un tal Theuth el que observó el primero que las vocales en lo ilimitado no son una sola unidad sino más, y además, que otras articulaciones, que no tienen voz, participan, sin embargo, de algún ruido, y que también en ellas hay un número, y separó como tercera especie de letras las que ahora llamamos mudas. Después de eso dividió una por una las que no tienen ni ruido ni voz y las que tienen voz, y las del segundo grupo del mismo modo, hasta que captó su número en cada una y en todas y las llamó elementos. Mas viendo que ninguno de nosotros podría aprender cada una por sí sin el conjunto, calculó también que ese vínculo era uno y que todo eso constituía en algún modo una unidad, y las sometió a una sola ciencia llamándola arte gramatical.

Filebo.—He comprendido, Protarco, esta explicación como algo aún más claro que la anterior, al menos consideradas en relación la una con la otra. Pero para mí le sigue faltando ahora a la exposición lo mismo que hace un momento.

Sócrates.—¿No es, Filebo, el qué tiene también esto que ver con nuestro tema?

Filebo.—Sí, eso es lo que desde hace un rato buscamos Protarco y yo.

Sócrates.—En verdad cuando ya estáis sobre ello lo buscáis, según dices, desde hace un rato.

(...)





 
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