viernes, 9 de diciembre de 2011

El teatro social de la incomunicación

 

No sabemos cómo somos. Leído en un libro de Carlos Castilla del Pino que me acabo de comprar, para autodiagnosticarme— La incomunicación. Es una buena descripción de lo que podríamos llamar el teatro social de la incomunicación:

 

 

 

"Buena parte de la comunicación no se realiza meramente en el mero decir, sino en el trabajo y por el trabajo. El trabajo enajenado conlleva asimismo una entrega al trabajo extraño como si fuera un trabajo propio, porque el trabajo así realizado puede deparar la no conciencia de la alienación en él. La enajenación en el trabajo—sobre la cual está lejos de haberse dicho ya todo, en cuanto las condiciones en que el trabajo se verifica son cambiantes—hace posible la distracción, o mejor dicho la absorción de la persona por él. No la absorción impuesta y vivida como tal, sino la absorción asumida gratamente por su no consciencia de la imposición. De esta forma, en el trabajo la persona encuentra la forma más 'respetable' de evasión y de autoafirmación. Mediante el trabajo, la propia persona se presenta ante sí misma como gratificada en su realización por sí y ante los demás. Al decir ahora 'los demás' no me refiero simplemente a aquellos que pagan o compran su trabajo de modo directo. También los demás le pagan indirectamente su trabajo, bien por la necesidad que de él tienen—por ejemplo, en el caso del profesional 'libre'—, bien merced a la consideración y el prestigio que de su trabajo se deriva. Éstos son los factores gratificadores del trabajo enajenado, que tienden a su perpetuación en forma de más y mayor alienación. Porque merced al trabajo que les cualifica frente a los demás, la realidad es que, ahora, él habrá de proseguir desempeñando su papel en la forma que los demás, mediante su expectativa, lo requieren. Ahora dirá a ellos, se comunicará con ellos, de esa forma parcial y distorsionada que implica el decir en cuanto yo inauténtico, en cuanto yo representativo del citado papel. El juez ya no es más que 'juez', incluso fuera del contexto que la acción de juzgar implica. El médico será 'el médico que le hace ser' y que él, a la perfección, 'representa', aun fuera del contexto que la acción de diagnosticar y curar supone... La petrificación en su papel lleva implícita la limitación de lo que puede decir y de lo que los demás le hacen decir. Esto significa que la enajenación en el trabajo—inherente a la división del trabajo que lleva consigo una división de la persona—le hace ser simplemente 'aquel' que trabaja en esto y de esta forma, y no otra cosa. La enajenación en el trabajo, pues, supone la extensión de la enajenación a la restante esfera de su hacer y de su ser, enajenación que ahora se ofrece en forma de 'limitación' de su ser, o de estrechamiento del campo de sus posibilidades de ser. Dicho con otras palabras: ya no se puede ser de otra manera. Pruébese a serlo y se verá la rotunda inaceptación por parte de los que componen el grupo propio". (97-98)


Claro que lo que dice Castilla del Pino sobre el trabajo puede aplicarse también a otro tipo de roles sociales—en especial, nuestra posición en la familia, que también nos da una identidad que nos constituye, un conjunto de posibilidades y limitaciones, de la cual no podemos apearnos a voluntad. Trabajo y familia son, sin duda, los más importantes constituyentes del teatro social del sujeto—pues los otros círculos, si los hay, son periféricos y están subordinados a éstos, cuando no son prolongaciones suyas de algún modo.

Esta noción de la 'vida como teatro' o de la identidad personal como un rol teatral ha dado lugar a importantes análisis sociológicos—en esta serie de artículos sobre Erving Goffman comento uno de los más significativos, y en mi artículo sobre "La realidad como expectativa autocumplidad y el teatro de la interioridad" intento mostrar cómo la estructura psíquica del sujeto, aun en su propia autocomunicación, no es sino un resultado de esta organización de las identidades sociales. Pero antes de ser sociología, o psicología, el Gran Teatro del Mundo fue una obra de Calderón, o de Shakespeare—dramaturgos muy conscientes de la manera en que la dimensión teatral del mundo humano se expresa a través de su drama, y puede potenciarlo a modo de retroalimentación (ver por ejemplo, a cuenta de Shakespeare, mi artículo "'Be Copy Now': Retroalimentación y dialéctica de la vida y el teatro en Shakespeare"). Antes aún, fue una intuición de aquellos predicadores y satiristas medievales, que, abiertos los ojos por el desarrollo del teatro en los misterios y moralidades, pasaron a ver el mundo como una función provisional, una representación teatral en la cual asumimos temporalmente unos papeles de los cuales luego nos despojamos—el rol es una vestimenta, una imposición sobre la identidad de la persona, que sin embargo no es nada sin ella, sólo un alma como las demás. Es la intuición que aparece en las Danzas de la Muerte, por ejemplo.

Al texto anterior le añade Castilla del Pino una nota:

"Hay mucho que decir todavía acerca del proceso por el cual esta forma de alienación acontece. Buena parte de esta limitación en nuestro papel, en el exclusivo papel, deriva del hecho de que la sociedad nos coloca estereotipadamente en sólo ese papel. Para 'rendir' en la sociedad hay que vivir el personaje, y la función a él inherente, cada vez con mayor profundidad. Por otra parte, la sociedad, los otros, operan con una economía mental que les depara comodidad. Es más fácil contar con que A es médico y sólo médico, y que renuncia a pensar en otra cosa: que B es profesor de Historia, que se exime de razonar de política contemporánea, etc. Salirse del papel impuesto es desconcertar, entendido este vocablo en el sentido literal, como factor que perturba el concierto que la división del trabajo social había conseguido." (98)

Algo en esta línea decíamos al respecto del nuevo desconcierto de las identidades en el ciberespacio—en "El obsceno blog", por ejemplo, o en "Opino demasiado, opino". En un nuevo ámbito de comunicación social, los protocolos sociales de creación de identidades pueden desconcertarse y desbaratarse—aunque por otra parte, también en la red se constituye una identidad con parámetros en gran medida importados de los otros ámbitos.

Por suerte, aparte de las salidas por lo virtual, Castilla del Pino sugiere una salida para estas petrificaciones de la identidad:

"Pero este vicioso círculo de la extrañación progresiva de sí mismo, de verse siendo como sólo el que se nos hace ser, puede romperse, y no precisamente merced a la voluntariedad del propio sujeto. Son los cambios extrasubjetivos, es decir, las modificaciones objetivas de la situación las que pueden subvenir a la ruptura del círculo alienador, que, de una u otra forma, es una situación de equilibrio, compensada. Estas modificaciones objetivas acontecen, como antes he dicho, gracias a la emergencia de circunstancias en apariencia triviales y fortuitas. Digo en apariencia con toda intención". (98)

Lo previsto, claro, no desbarata lo previsto, y sólo se hace sitio a sí mismo. Pero el mundo es contingente, y por ahí se abren paso las crisis de identidad, las rupturas de protocolos comunicativos y sociales, los cambios de personalidad... La falta de espontaneidad puede llevar a estas crisis, y sobre eso dice Castilla del Pino lo siguiente, tomen nota:

"La pérdida de la espontaneidad es un rasgo de importancia, a mi modo de ver. Ella denuncia el fracaso de la comunicación. Es decir, la irreal comunicación se torna ahora real fáctica incomunicación.  ¿Por qué? ¿Cómo es posible que la falta de espontaneidad antes existente no sirviese como detectante de la real incomunicación y, en cambio, ahora sí?
    A mi parecer, lo ocurrido es lo siguiente: antes, efectivamente, la acción era cautelosa, titubeante. La comunicación obtenida era tan sólo un remedo tartamudeante de la comunicación posible. Pero era la forma habitual de comunicación. La repetición del dinamismo, una y otra vez, había pasado a ser 'constitutivo' del hacer del sujeto. Curiosamente, si bien se mira, lo que define nuestro modo de ser en nuestra comunidad es nuestro modo de hacer (tímido, reservado, osado pero ocultante, etc.) inespontáneo. Si todos fuéramos espontáneos, porque las condiciones objetivas no hubieran hecho imprescindible el aprendizaje de la acción en la inespontaneidad, evidentemente seríamos otros. Somos como tenemos que ser y se nos define en gracia a la índole de nuestra coartación en la acción que verificamos. Somos cualquier cosa menos espontáneos. Esto es, no se sabe—ni sabemos—cómo somos."



 
                                           —oOo—



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