viernes, 19 de noviembre de 2010

Tres tipos de discurso

Todo lo que decimos puede concebirse, potencialmente o muy evidentemente, según el caso, como englobado en un discurso más amplio que lo transciende. Así, las palabras que pronunciamos al encontrarnos con los amigos por la calle, por espontáneas que sean, pueden entenderse como parte del discurso fático que mantiene engrasada esa relación amistosa. Por otra parte, también puede que esas inocuas palabras participen de algún discurso ideológico, político, etc. Por ejemplo, si mi amigo y yo al encontrarnos criticamos a las mujeres, aparte de crear solidaridad entre nosotros, aparte del valor fático que pueda tener esta conversación, también participa nuestra conversación del discurso del machismo, de la misoginia, o de la ideología de género. 



 

Algunos actos de lenguaje pertenecen, formalmente e institucionalmente, a los discursos de alguna disciplina del conocimiento, por el contexto en que tienen lugar, la retórica comunicativa a la que se atienen, etc. Así, un artículo de lingüística es un pequeño acto de habla en el seno de una conversación (diferida) sobre la lingüística—sobre los actos de habla, pongamos, y es parte del discurso de la lingüística como disciplina (y de otros discursos más específicos en el seno de ésta: el discurso de la gramática, de la pragmática, de la teoría generativa, etc.). Apresurémonos a aclarar que no hay más que fronteras borrosas y conceptuales entre todos estos discursos, no casillas excluyentes.


Vamos a los tres tipos de discurso anunciados.  Un acto de discurso puede

A) Participar plenamente del ámbito de discurso al que pertenece y se refiere,


B) Tender puentes entre ese ámbito de discurso y otros, 

     o  bien

C) Someter a crítica destructiva el ámbito de discurso al que se refiere (pero al cual, desde luego, ya no pertenece). 

Es lo que podíamos llamar también: (A) pertenencia acrítica a un discurso, (B) participación crítica en él, o (C) batalla dialéctica contra un determinado discurso—o crítica demoledora.

Pongamos el ejemplo del discurso religioso. En el catolicismo, el discurso del Papa podría tomarse como ejemplo de discurso tipo A. Sus actos de discurso, hablando pronto y mal, no problematizan la conversación en la que se ubican, el discurso de la Iglesia Católica. De hecho el Papa, aun cuando tiende puentes con otras confesiones y participa de un discurso tipo (B), busca con frecuencia sentar la supremacía del propio discurso—el "ecumenismo" así entendido viene a significar el intentar que las ovejas vuelvan al redil. Es un discurso, pongamos, plenamente institucional. Y se explaya en su plenitud el discurso tipo A cuando se dirige a los miembros de la propia comunidad, a los convencidos—aún más cuando no se está oponiendo a ningún otro discurso. (A no ser por exclusión, pues desde luego toda promoción de un determinado discurso supone implícitamente un trabajo ideológico de autopromoción y de descrédito de los demás discursos sobre la cuestión de que se trate).

Un discurso tipo B más propiamente dicho es el discurso interdisciplinar de quienes intervienen en el seno de una institución o en una disciplina de conocimiento buscando la integración o el desarrollo de discursos comunes con otras instituciones o disciplinas. La crítica constructiva o dialogante puede tomarse como modelo de este tipo de discurso. Pongamos, en el catolicismo, el discurso de quienes tienen posturas más "aperturistas" o próximas al protestantismo. (De hecho, el mismo catolicismo ha pasado a defender muchas creencias y maneras que antes se tenían como herejías protestantes... sic transit dogma). Como ejemplo en otro ámbito, pongamos el libro de Ricœur De l'interprétation. Aquí tiende Ricœur puentes entre psicoanálisis y hermenéutica—a la vez que propone una oposición parecida a la que aquí discutimos, entre hermenéuticas de la comprensión (las que intentan comprender a un discurso, o aprender algo de él) y hermenéuticas de la sospecha—las que buscan la hegemonía del crítico sobre el texto, considerado éste sospechoso de portar ideología errónea.

Para hermenéutica de la sospecha, y más que de la sospecha, tenemos el discurso tipo C. Antes que dialogar con el discurso ajeno, C busca aniquilarlo, refutarlo, destruirlo, desacreditarlo. Desconstruirlo y exponer sus vicios ideológicos, formales, estéticos, éticos o políticos; sus pecados contra el gusto y contra el pensamiento correcto. Pongamos las reseñas destructivas  como modelo de discurso tipo C—aderezándolas con argumentos ad hominem, si se quiere. El discurso C, en su estado puro, no se dirige a quienes participan del discurso objeto de discurso, excepto en la medida (improbable) en que vayan a aceptar su derrota dialéctica, y unan fuerzas a las huestes de C—dejándose convencer y admitiendo la derrota. C se dirige no a los fieles (como A) ni a las mentes críticas (como B), sino a aliados efectivos o potenciales contra un adversario común, un contradiscurso que hay que refutar, o un enemigo ideológico demasiado pervertido como para intentar convencerlo.

Algunas de estas ideas las desarrollo más por extenso, en relación al discurso crítico, en el artículo "Crítica acrítica, crítica crítica." Que por cierto va a aparecer próximamente en versión postprint, en un volumen colectivo titulado Con/Texts of Persuasion (Kassel: Editions Reichenberger, 2011).

Por supuesto estos tres tipos de discurso son calas ideales en un continuo que va desde el discurso dogmático hasta el discurso confrontacional, pasando por infinitos matices de discurso crítico. Y si bien no es difícil hallar ejemplos de discurso crítico, los dos extremos son, como las cosas puras, imposibles de hallar en la naturaleza. No hay discurso tan dogmático que no sea ecuménico, pues el mero hecho de usar un lenguaje común requiere comunidad de ideas que trasciende los límites del propio discurso. Y no hay discurso tan confrontacional que no participe de una cierta comunidad con aquello que se quiere refutar. Qué tono de gris sea el más adecuado en cada circunstancia, eso ya hay que verlo sobre el terreno.

Por otra parte, la adscripción de una intervención discursiva a uno de los tres tipos (o su posicionamiento exacto en el continuo que va del discurso acrítico al discurso destructor) no es algo que suceda de por sí. La ideología es algo que ascribimos a otros, algo que se ve desde fuera: en diálogo con un interlocutor favorable o comprensivo, analizamos críticamente la ideología criticable de un tercero. Es por tanto siempre un tercero quien identifica el discurso crítico como tal discurso crítico, desde un posicionamiento que a su vez es crítico o no plenamente coincidente con el discurso crítico objeto de análisis.... con lo cual se produce un cierto regressus in infinitum, o una amenaza potencial del mismo. 

Un peligro de círculo vicioso que, felizmente, no llega muy lejos, porque todos damos un margen a nuestro interlocutor, e imaginamos una cierta comunidad de discurso que nos une. O al menos, rara vez estamos en una posición que permita matizar nuestras diferencias hasta el infinito—y así imaginamos comunidades que (si no existentes) son, como las de Benedict Anderson, en buena medida imaginarias... o provisionales, o estratégicas. Y así, hasta las discusiones entre quienes están en desacuerdo suelen terminar con el acuerdo (mínimo) de dejar la discusión para otro día.



 
                                             —oOo—





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