domingo, 13 de septiembre de 2009

Uno entre un millón


Voy leyendo de tarde en tarde Un millón de muertos, la impresionante novela sobre la guerra civil de José María Gironella. Un autor casi olvidado hoy, pero su roman-fleuve deja a la altura del betún a casi todas las demás novelas que se han escrito sobre la guerra civil española. Aunque no sé por qué hablo, porque tampoco las conozco tanto. Aparte de las andanzas de los personajes principales, recoge "de oídas" o por las noticias o murmuraciones o mentideros todo el panorama del desarrollo de la guerra a lo largo y ancho de toda España. Ahora que están (y siguen) a vueltas con la tumba de García Lorca, me leía precisamente lo que dice Gironella del episodio. García Lorca, uno entre un millón, uno más sin tumba. También por aquí volvíamos al asunto de mi abuelo, el padre de mi padre, otro más del millón, el que más nos trae a vueltas por aquí. Por cierto, sobre el "millón de muertos" dice esto Gironella:

"El título de la obra, UN MILLÓN DE MUERTOS, podría llamar a engaño. Porque la verdad es que las víctimas, los muertos efectivos, en los frentes y en la retaguardia, sumaron, aproximadamente, quinientos mil. He puesto un millón porque incluyo, entre los muertos, a los homicidas, a todos cuantos, poseídos del odio, mataron su piedad, mataron su propio espíritu."

Aunque muchos de estos eran más "vivos" que otra cosa, me temo. Cuando hay un asesino y una víctima, normalmente el que sobrevive es el peor de los dos, y así pasó también en España.

Sobre García Lorca, en el capítulo XIV:

"Por otro lado, también los fascistas cometían errores y torpezas, también malversaban los recursos y se creaban enemigos... Para cerciorarse de ello, bastaba con prestar oído a sus emisoras, con leer sus periódicos y, sobre todo, con interrogar a los soldados que se pasaban. La última insensatez radiada por Queipo de Llano decía así: 'De Madrid haremos una ciudad; de Bilbao, una fábrica, de Barcelona, un solar'. ¡Estimulante perspectiva! Las 'normas' de moralidad pública para el verano, insertas en los periódicos, situaban al lector a principios de siglo; y al parecer, en las exposiciones de pintura y escultura se prohibían los desnudos. Los soldados contaban y no acababan afirmando que las 'hijas de buena familia', que en Gerona se dedicaban a fregar pisos y lavabos, en Zaragoza y otras ciudades se dedicaban a complacer a los moros. La prensa francesa describía al territorio rebelde como 'la reencarnación de la Edad Media'.

"Y había más: el otoño trajo consigo dos noticias cuya significación eximía de cualquier otro testimonio. La primera era una pastoral hecha pública por el cardenal Gomá; la segunda, el asesinato de García Lorca. El amarillo y la melancolía del otoño, que con sólo posarse en las azoteas predisponían a la mesura, no consigueron rebajar de una décima la irritación que se apoderó de todos los antifascistas españoles.

"La pastoral del cardenal Gomá, arzobispo de Toledo y Primado de las Españas, calificaba la contienda de 'verdadera cruzada en pro de la religión católica' y aseguraba que, 'si estaba de Dios que el Ejército Nacional triunfase' los obreros 'habrían entrado definitivamente en camino de lograr sus justas reivindicaciones'.

"¡Cruzada! ¿Y los asesinatos en las Islas Canarias? ¿Y la presencia de los moros? ¿Y la promesa de entrega de las minas del Rif a Hitler, cuya doctrina nazi excluía al catolicismo y lo perseguía a muerte? Cristo había dicho 'La paz os dejo, la paz os doy'. Cristo no había declarado el estado de guerra en los montes y en los valles de Israel.

"En cuanto a la segunda noticia, dejó sin respiración a media España. Sí, ocurría eso: que en los dos bandos el enemigo cuidaba de alertar el alma. ¡García Lorca fusilado en Granada por los 'facciosos'! ¿Era ello posible? ¡García Lorca asesinado! Nadie se explicaba las razones de semejante crimen. La gitana cabeza y el mirar aceitunado del escritor clamaban venganza desde los cuatro puntos cardinales. Al pronto se culpó del atentado a los guardias civiles. Se dijo que sorprendieron a García Lorca escondido en casa de un amigo y se lo llevaron a un olivar, de noche, y allí lo fusilaron a la plateada luz de la luna que él había llamado 'mi historia sentimental'. Pero luego se supo que los guardias civiles fueron los simples ejecutores del hecho, que quien formuló la denuncia contra el poeta fue un diputado 'derechista', probablemente por rencores personales. David, que muchas veces había hecho notar que la mayor parte de los intelectuales permanecieron adictos al Gobierno, oyó una emisora extranjera al servicio de los militares, que atribuía al poeta un carnet del Partido Comunista. Pero el catedrático Morales primeo, y Axelrod después, lo desmintieron. El catedrático Morales había conocido a García Lorca en una visita que el poeta hizo a un pueblo de la provincia, a Cadaqués. García Lorca le había impresionado profundamente, porque tenía 'en los ojos y en la palabra ese temblor que suelen tener los grandes y humildes hombres'. De ahí que afirmara que los fascistas habían matado al poeta sencillamente por eso, porque era lo contrario de Queipo de Llano y de Millán Astray, porque representaba el sentimiento y la idea. 'García Lorca escribió Bodas de sangre y los fascistas han derramado la suya para brindar'.

"Julio García, en el Café Neutral, hizo una afirmación que causó el mayor estupor: el poeta era de tal modo diverso, repugnaba tanto al encasillamiento ¡que no sólo fue amigo personal de José Antonio Primo de Rivera, sino que había recibido de éste—y aceptado—el encargo de componer el 'Poema' de la Falange! 'Sólo Federico puede hacer eso', había dicho el fundador 'fascista'. Julio García adujo un dato elocuente en favor de su tesis: 'Desde el 18 de julio, García Lorca, en Granada, se había escondido en casa de amigos suyos falangistas. Últimamente, en casa del también poeta Luis Rosales'.
"Las palabras del policía indignaron al auditorio. Todo el mundo le recordaba 'El Romance de la Guardia Civil española' y otros textos similares. '¡No seáis majaderos" —terciaba Julio—. Los guardias civiles han sido sólo los ejecutores. García Lorca tenía amigos hasta en el Palacio Episcopal'.

"Era inútil. Por otra parte, lo mismo daba que las circunstancias fuese ésas u otras. García Lorca había muerto y su muerte —Fanny y Raymond Bolen enviaron a sus respectivas cadenas de prensa un impresionante reportaje necrológico— convirtió al poeta en héroe y en mito. Personas que jamás leyeron una metáfora suya, gritaron '¡Guerra sin cuartel!' Muchos tricornios rodaron otra vez por la carretera... Y el propio Jaime, en Telégrafos, recordando los Juegos Florales, le confesó a Matías Alvear que aquello era una canallada. Jaime había admirado siempre muchísimo a García Lorca. 'A mí no me matarán nunca por mis versos', dijo con nostalgia. Los poemas de Federico que más le gustaban no eran ni los de los gitanos ni los de Nueva York, eran los de la naturaleza. Siempre llevaba en la cartera la Canción Otoñal y el día en que el general Mola entró en San Sebastián, Jaime no pudo menos de leer la primera estrofa al padre de Ignacio y al miliciano que estaba a su lado censurando los telegramas:

"Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas
y todas las rosas son
tan blancas como mi pena"


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