miércoles, 19 de agosto de 2009

En marcha hacia ninguna parte


Oía por la radio a Alejo Vidal Quadras, un señor con el que suelo estar bastante de acuerdo en sus valoraciones sobre los nacionalismos secesionistas en España. Decía algo que sabe en realidad todo el mundo, a saber, que la Constitución de 1978 proporcionó un marco autonomista que planificaba una gran descentralización del Estado, a cambio de que los nacionalistas se atuviesen a ese marco y trabajasen dentro de él—y que no ha habido tal respeto al marco constitucional, ni ninguna intención de atenerse a él, sino más bien una intención unas veces declarada y otras no, de desmantelarla, a la Constitución y a España en su conjunto.

Es más: esto no lo decía Vidal Quadras, pero todo el mundo sabe que la dinámica nacionalista, rigurosamente aplicada durante toda la etapa democrática, es exigir cada vez más y más autonomía, y que el objetivo es la secesión total, alentada unas veces abiertamente y otras entre líneas por los propios dirigentes que ocupan cargos públicos en el sistema autonómico. Es decir: que el Estado se está desmantelando a sí mismo, con gente colocada en puestos influyentes trabajando activamente para ello.

Ahora mismo el comentario venía a cuenta de que desde la Generalidad de Cataluña se van a alentar manifestaciones para presionar al Tribunal Constitucional para que dé una sentencia favorable al Estatuto catalán—una de esas leyes centrífugas que dan un paso crucial en la dirección de desarticular un estado con una sola Ley para todos.

En lo que se equivocaba Vidal Quadras es en el remedio propuesto: él dice que debería haber un entendimiento entre los dos grandes partidos nacionales (se refiere a su propio partido, el PP, en el que él es bastante marginal, y al PSOE, en el que son aún más marginales sus ideas)— un acuerdo para acotar los límites del marco constitucional, atajar la deriva secesionista, etc., etc.

Y vale, esto tiene cierta plausibilidad viendo lo que pasa ahora en el País Vasco, donde ese pacto ha sido posible. Y donde sí hay algunas cuestiones en marcha como la reocupación del espacio público retirando los símbolos terroristas que lo dominan, o algo tan simple como poner la bandera española en la sede del gobierno vasco—de donde se quitó hace treinta años, o más bien quizá nunca se llegó a poner (con socialistas o sin socialistas en el gobierno).

Pero la mayoría de los vascos rechazan esa colaboración entre los dos partidos. No es de extrañar, si les han llenado las orejas durante tanto tiempo de que colaborar con el PP es aliarse con el Fascismo. Y los vascos, en su mayoría, tienen clarísimo que, como el del chiste, quieren ser más vascos. Y menos españoles. Eso hasta que no cambien los mensajes que les llegan por los medios de comunicación. (Ver, además, este acróstico vasco).

No diré que la propuesta de Vidal Quadras vaya mal orientada del todo, pero sí es descabellada, y eso ya la vuelve inviable. Es un mero desiderátum, respetable en tanto que tal, pero sin ningún viso de traducirse en hechos reales. Presupone un cierto dirigismo de la opinión pública por parte de los políticos asentados en el sistema, cosa que gustará a unos y a otros no (otros que querrían que fuese la opinión pública la que dirigiese a los políticos). Pero es comprensible en un planteamiento de la política que se quiere pragmático, no-nonsense, y razonablemente maquiavélico. Ahora bien, un pragmático debería atenerse a la realidad de lo que hay. Y el problema es que el supuesto pragmatismo de Vidal Quadras es un pragmatismo basado en elementos imaginarios. Porque en España no hay partidos nacionalistas españoles, o sólo los hay en lo que se considera la extrema derecha extraparlamentaria. Bueno, quizá haya uno, UPyD, que ni es extrema derecha ni es extraparlamentario, —aunque su actitud hacia el nacionalismo español no es tanto sentimental y patriotera y agitabanderas y venga nuestro Pueblo y nuestras tradiciones y nuestros Derechos Históricos y toda esa monserga nacionalista, sino que es es entenderlo como un marco legal irrenunciable para un estado realmente de derecho, y no manipulado por dinámicas secesionistas y particularistas.

Está claro que UPyD está solísimo, en este sentido, con su única diputada en el Parlamento español. Entre todos los demás, no hay nacionalistas españoles "de bajo tono" como Rosa Díez, o si los hay no se manifiestan.

Así que desde luego sí que saldrán a la calle decenas de miles de catalanes a defender la secesión y el nacionalismo catalán. Y no saldrá nadie a defender la Constitución española nunca, ni siquiera cuatro falangistas, porque no la quieren ni ellos. Así de viciado está el espacio público español: se le puede dar leña al mono, que es de goma, mientras aguante.

Porque lo que todos entendemos por nacionalismo no es esta cosa de estado de derecho y marcos legales e igualdad de los ciudadanos, no. El nacionalismo bien entendido es la historia ésta del banderamen, todos con su ikurriña a cuestas, lo de hablar gallego de oficio cuando te mira alguien, lo de exigir la Expulsión de los Conquistadores Españoles que nos invadieron, y toda esta matraca que va asociada a la ocupación de puestos en las instituciones, y la creación de más y más capas superpuestas de administraciones locales y localistas.

A lo que iba, que de este nacionalismo, lo habrá vasco, catalán, gallego, navarro, balear, andaluz, y hasta manchego sin duda. Lo que no lo hay es español. Ese viene desacreditado por cuarenta años de franquismo y treinta años de autonomismo.

El PSOE no es un partido nacional. Por supuesto no es nacional en el sentido de "nacionales y rojos", que sería por supuesto rojo, pero tampoco es nacional en el sentido de estar implantado en todo el Estado—ya está "predividido" en varios partidos socialistas que prefiguran la secesión catalana y vasca, yendo ya por delante. Tampoco es nacional, ni mucho menos, en su voluntad de impulsar a España como "proyecto común" que se dice ahora, o como "unidad de destino en lo universal" que decía José Antonio Primo de Rivera. Allí el pensamiento es nebuloso—y en la práctica, es oportunista y tendente, nueve veces de cada diez, a asociarse con los nacionalistas para desmantelar España. Sí, hasta en el País Vasco: allí lo han hecho durante muchos años, y apenas llevan unos meses deshaciéndolo con el PP. La educación antiespañola del País Vasco, el odio al invasor, al PSOE se los debemos tanto como a los nacionalistas de boina. Pues muchas gracias.

Y el PP tampoco es un partido nacional. Ni siquiera ahora que se han implantado (mínimamente creo) en Navarra, una vez descubierta la voluntad nacionalista de UPN, y mira que lo decían las siglas bien claro, eso de lo mío mío y lo tuyo de todos, lema navarro de toda la vida. El PP es un partido mayormente interesado en colocar al PP, con unos resabios de derechas o de liberalismo por aquí y por allá, pero básicamente yendo al oportunismo. Lo que haga prosperar al partido es lo que furrula, y lo demás son historias. Si hay que aliarse con los nacionalistas ya lo harán—que en todo caso la preselección ya la han hecho los nacionalistas apartándose de ellos. El PP no tiene entre sus prioridades, en absoluto, el tener una postura clara sobre el marco legal español ni sobre los límites del Estado de las Autonomías. En el País Vasco son más vascos que nadie, y en cataluña son muy catalanes. Y en Galicia, gallegos ante todo. Aunque algunos individuos tengan consciencia de esta cuestión en el partido, el partido como tal no la tiene, ni la quiere tener. A veces al PP se le llama nacional como heredero del bando azul (que si el cielo de la gaviota, que si la libretita de Aznar)—cosa probablemente tan injusta como llamarlo nacional en cualquier otro sentido. La historia recibida, las inquinas y rencillas de los partidos en sus zancadillas mutuas, los intereses de las administraciones locales—todo converge para hacer leña de la idea de un país en el que los ciudadanos puedan reconocerse como españoles antes que nada.

En España no hay fuerzas que cohesionen a la nación, salvo las de la inercia y las de los intereses compartidos, que son muchas y por eso estamos aún donde estamos. Pero todo el discurso público nacionalista va dirigido al desmantelamiento de la "nación de naciones". Por supuesto, desde fuera nos colocan en la misma bolsa, pero no es receta para un país ser una unidad sólo aparente, o visto desde fuera. Y el supuesto acuerdo entre "partidos nacionales" que podría atajar esta deriva nacionalista no se va a dar porque no hay partidos nacionales interesados en cohesionar al país, o en defender unos principios constitucionales que cada vez aparecen más como viciados en su origen, tanto por sus condicionamientos previos como por los efectos que han seguido. La inercia de la opinión pública a este respecto se retroalimenta con los intereses bastardos de los partidos mayoritarios en ocupar las administraciones locales con un discurso localista. La maquinaria está en marcha, y sólo puede moverse, por la manera en que están dispuestas las piezas, en una dirección. Nadie va a parar la deriva secesionista en España—vamos camino de Bélgica, si no de Yugoslavia. Donde también se reían de estas cosas.




2 comentarios:

  1. desde Monzón1:24 p. m.

    Qué fácil es ser mesetario, con sólo una lengua, con sólo un punto de vista.

    Qué triste es ser mesetarios desde Aragón, asimilados por ese pueblo peleón que son los castellanos, olvidando los orígenes y sin reivindicación política alguna más que nos devuelvan una docena de retablos...

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  2. Ah, sí, sí. Yo no hago otra cosa que pedir retablos, cada uno es como es.

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